SANIDAD PRIVADA Y MODELO DE NEGOCIO, MÁS ALLÁ DEL TABÚ. Francisca Cano. Artículo publicado en La Opinión

Sospecho desde hace años, y lo digo irónicamente, que la sanidad privada tradicional vive una crisis importante de modelo de negocio. Sé que mezclar las palabras sanidad y modelo de negocio en la misma frase, puede provocar que algunos sectores se rasguen las vestiduras invocando con indignación al altísimo ante lo que podría llamarse un sacrilegio, incluso para ellos.

Pero, rasgaduras e invocaciones aparte, lejos de preocuparme, les comprendo y entiendo el despiste. Algunos creen que se trata de una especie de sistema especulativo formado por un grupo de empresarios y médicos codiciosos, hambrientos de dinero y posición. Supongo que no piensan en las miles de personas que llevan sus salarios a casa dedicándose a ayudar a mejorar la salud de otras personas desde un centro privado en lugar de hacerlo desde un servicio sanitario público. La labor es la misma, independientemente de dónde se realice.

Entre esas personas, a parte de los empresarios y los médicos, también se encuentran distintos perfiles nada sospechosos como los enfermeros, técnicos sanitarios de laboratorio, radiodiagnóstico, nutrición, auxiliares de clínica y enfermería, fisioterapeutas, conductores de ambulancia, celadores, administrativos y un larguísimo etc. En definitiva, mucha gente que se dedica todos los días, a que los demás estemos bien.

Huelga decir que los centros públicos y los privados somos complementarios. Salvo lo que algunos pretenden ver, no solemos entrar en oposición, somos profesionales que tratamos de hacer nuestro trabajo lo mejor posible. Puede haber algún garbanzo negro, como en todas partes, pero mi experiencia me confirma que son los menos.

Por otro lado, lo que no podemos negar es que la crisis nos ha dado duro a todos. Como a cualquier empresa, la falta de crédito y la retracción de nuestros principales clientes nos ha hecho sufrir mucho estos últimos años. Las leyes de agrupación de las Mutuas de Accidentes de Trabajo y los servicios de prevención ajenos han eliminado casi por completo la posibilidades de prestación de servicios a estas entidades. Las compañías de seguros sanitarios manejan baremos mínimos y, ante la crisis general, los pacientes engrosan las listas de espera de la sanidad pública que, dicho sea de paso, también ha sufrido las tremendas consecuencias de los recortes a los que se ha sometido injustamente a los servicios públicos de salud.

El esfuerzo está siendo considerable para todos, unos y otros. En todos los casos, trabajamos con algo que ninguno de nosotros puede permitirse recortar: la calidad asistencial. Las consecuencias serían pésimas, como ya podrán imaginarse.

Más bien al contrario, se nos exige cada día ser más eficaces, más rápidos, más excelentes, más competitivos y con instalaciones más modernas, eso sí, a un coste cada vez menor.

No me interpreten mal, soy firme defensora de la competitividad y la profesionalidad, en especial tratándose del sector del que estamos hablando. En la mayoría de casos los responsables de los centros privados manejamos términos de viabilidad más que de rentabilidad de las unidades asistenciales. Y no digamos, los que tienen la difícil tarea de dirigir un hospital.

El gobierno tampoco lo ha puesto fácil. Incrementó brutalmente nuestros costes con la subida de un IVA sanitario al 21% que no podemos repercutir de manera alguna como haría cualquier otra empresa. Un auténtico desastre, en todos los sentidos.

Ante esta perspectiva, diversos centros han optado por la especialización dentro de las áreas ya tradicionales y las que siguen fuera del servicio público de salud. Otros, estamos intentando encontrar el eslabón perdido entre el mundo on line y la eHealth.

Como siempre, unos seguirán y, desgraciadamente, otros caerán en el camino, absorbidos por alguna marca con aspiraciones de multinacional, o presas incautas de franquicias sanitarias que confunden a la gente con anuncios en televisión.

Aquí estaremos los que aún permanezcamos a pesar de todo, creciendo, intentando más que nunca hacer las cosas muy bien. Trabajando sin tregua para que los pacientes que confían en nosotros reciban el mejor trato posible, el diagnóstico más certero, la terapia más adecuada, e incluso un abrazo sincero para celebrar la mejoría o aliviar la pena, cuando no se pueda hacer más.

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